Cocktail de semanas.

Me metí dentro de un cuento del que, sinceramente os confieso, no tenía (ni tengo) ganas de salir. A pesar de que trataba de ser Ariel, Blancanieves, Cenicienta, Caperucita, Campanilla, Jasmin y todas las princesas de los cuentos que se me puedan ocurrir, me convertí en la bruja malvada que se sube a los tacones de aguja para besar a ranas (sapos, lobos, árboles e incluso a melocotones), regalar manzanas con un frasquito de veneno tan pequeño como ella (porque ya se sabe ese dicho de que... "Losmejoresvenenosyperfumesvienenenfrascospequeños") y que se olvida de lo que quiere decir la palabra "felicidad".
Escuché la canción olvidada de la balada del despertador un día que me tumbé a mirar el mar, recordando aquél verano en el que te fuiste por primera vez a la playa sin mi; casualmente, ese día descubrí a alguien con un tatuaje turco en la muñeca. Me terminé uno de los mejores libros que he devorado (porque yo no leo, yo me como los libros de la primera línea hasta la última) mientras me tareaban al oído aquellos desordenados y despistados que no paro de escribir canciones y dibujar corazones como hacía María Antonieta en sus libros de texto del año pasado.

¿Y? ¿Y? ¿Y?

Salto y no me hundo, te busco y te encuentro, me duermo y sueño, escribo y me salen las palabras, existes y te invento. Creo que me imaginación vuelve, señoras, señoritas, señores y señoritos.

"No quiero volver a tener que perder

ni a pintar mi pared del color de un recuerdo,

esconderme detrás de un papel y vender tus besos."

Te espero (donde) siempre, ya lo sabes.