Café con sal.

Uno, dos... Tres. Otra vez, una lágrima más, un suspiro, una arcada, un gemido, unas rodillas chocando con el suelo. Vuelta a la rutina.
Había pasado muchísimo tiempo desde la última vez que Carlota no se había encerrado en el baño antes de salir, supe que la presión de todo había podido con ella cuando escuché el ruido de su cepillo de dientes naranja contra sus perlas blancas arregladas con bicarbonato. Yo siempre, cuando me enteraba y la consolaba dandole besos del tarro, le soltaba aquella frase sin sentido: "túeresmuyguapaysinomecreespreguntaseloaquienseenamoródeti".
-Exagerada.-Decía. Yo me reía y ella ponía los ojos en blanco.

Se volvió a meter al baño y se lavó la cara, mojando su pelo castaño y la camiseta a rayas que llevaba. Alzo su mirada hacia a aquel espejo y me vió junto a ella, sujetándola por los sombros. Todo era diferente en el mundo del espejo, Carlota se veía pequeñita y gorda y yo me veía más alta y más delgada de lo que me había visto jamás (salvo aquella vez que me hiciste desaparecer entre las sábanas). Era un suplicio para ambas encontrarnos ambas allí, hubiese sido más fácil dejar de fumar, romper el espejo, salir huyendo, pero ninguna de las dos nos movimos.
Fuera todo era gris, sin color, una fría tarde de un invierno demasiado temprano.


Ojalá todo tornase de color.

Ojalá no duela tanto no verte.