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viernes, 30 de enero de 2009

Cuando te vas sin ganas de nada, solo con las lágrimas apunto de desbordarse de tus ojos, ni siquiera ese nuevo ejemplar de Vogue te anima. Te tumbas en la cama, con el Ipod puesto tan alto que te estallarán los tímpanos, y das vueltas en la cama sin poder dormir. Comienzas a ahogarte con tus propios pensamientos y lloras sin poder parar. Te tapas los ojos con el brazo mientras agarras la almohada, apunto de destrozarla.
Vas al baño y metes tu cabeza bajo el agua helada, truco que siempre te ha funcionado para el dolor. Ves tu reflejo en ese espejo que casualmente, estaba en el sitio menos oportuno; el pelo te chorrea, los ojos te miran profundamente, odiándote, la ropa se moja. Te das la vuelta y caes al suelo.
Vuelves a tu habitación y ves la película de Desayuno con Diamantes de nuevo; te sabes los diálogos de memoria, tú misma podrías hacer el papel de Holly Golightly, aunque no tan bien como Audrey Hepburn. Suspiras y te pintas los labios con carmín rojo, sin saber por qué. Deseas ser feliz, deseas dejar de llorar.
Las píldoras de la felicidad dejaron de hacerte efecto hace tiempo, estás desorientada y vacía. Muerta en vida, como se suele decir.
Llegó el momento más esperado de la película, en el taxi, cuando van a buscar al pobre gato sin nombre. El momento cumbre del romanticismo. El corazón te da un vuelco, sin esperar a que respondas. Suspiras y apagas la televisión.
Vuelves a coger la Vogue y ves las nuevas tendencias, cómo los zapatos de tacón te enamoran y cómo los pañuelos tocarían tu cuerpo acariciándolo. También salen esas guapísimas modelos frías como el hielo que te hacen recordar que eres dependiente de su cariño, de sus besos, de su esencia. Que el hielo quema y hiere, pero también te hace sentir especial.

Decides terminar con toda esta tontería. Vas hacia ese cajón cerrado con llave, lejos de tus ideas, cumpliendo la promesa de no hacer ninguna tontería. Buscas la llave en tu collar, ese que siempre llevas al cuello, aquél que tiene el poder de romper las esposas que condenan tu libertad. Lo abres con cuidado, con minuciosidad. Está lleno de recuerdos, de cartas, de fotos, de entradas de cines, de dibujos, de papeles sin sentido; en el centro puedes observar una cajita.
La coges entre tus finos dedos y te sientas con ella en la cama, abriéndola con suavidad, descubriendo su misterio. La caja en sí no tiene más que besos, noches alocadas y un bote de pastillas llamados somníferos. Ríes. No sabes porqué tienen ese nombre, tampoco te importa. Con el rotulador que había en tu mesilla de noche les dibujas un te quiero, quizás el último que digas.
Al abrir el bote, salen miles de pastillas a presión, deseando ayudarte. Coges unas cuantas, metiéndotelas en la boca y disfrutando de su amargo sabor. La vida que ya no tienes se va aprovechando de ti, matándote lentamente. Los recuerdos abruman tu mente, haciendo que vuelvas a llorar. Nada será más fácil ahora, pero quizás, duela menos. Y la vida se te va, como cuando después de la función de ballet se corre el telón. Eres demasiado frágil y el amor demasiado doloroso. Ves pasar el último recuerdo, su imagen y suspiras, dejándote caer contra el frío suelo.

2 comentarios:

Tsu dijo...

Andaaa~
Nyaaaa n_____n
Pues bueno, solo pasaba y tal ahora que he encontrado de casualidad tu blog... (si, no lo había visto hasta ahora, soy así de torpe ;_____;)
Y nada, que te agrego y esas cosas *-* Aunque ya apenas si paso por aquí, pero bueh xDDD
Vendré para leerte *-* Aunque no se por qué esto me suena... quizás del fotolol? :roll:

Aishitee ^^

Anónimo dijo...

Me has dejado sin palabras :)
Es precioso el texto, cariño.