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lunes, 27 de abril de 2009

Tengo ganas de ti.

"If she ever comes down now..."

-¿Entonces, qué te apetece?
-Perderme en tu azul perdido.

Es perfecta, coño, es perfecta, lo sé. Pequeños cosquilleos... No sé qué sentido tienen..., pero en realidad... Sí lo sé.

Un gemido más fuerte y ahora es mía. Resulta extraño pensarlo. Es mía, mía. Mía hoy, mía ahora... Mía en este momento, sólo mía.
Me da por pensarlo. Mía. Má para siempre... Quizá. Pero ahora, sí. Ahora es amor... Dentro de ella. Y aún más, y otra vez, y aún más, sin parar... Ahora sonríe, dulcemente, sin pensarlo demasiado.


-Para aquí, frena.
No lo pienso dos veces y lo hago. Raudo, veloz, tal como es ella.
Menos mal que no viene ningún coche. Mi hermano... ¿Quién lo aguantaría después? Claro que siempre podría tomala con el ladrón. Gin baja de prisa del coche.
-Ven.
-Pero, ¿adónde?
-Sígueme. Mira que haces preguntas...
Estamos delante del puente Milvio, en una pequeña plaza junto al Tíber de donde sale via Flaminia, que llega hasta la piazza del Popolo. Gin corre por el puente y se para a medio camino, delante de la tercera farola.
-Ya estamos, es ésta de aquí.
-¿Ésta qué?
-La tercera farola. Hay una leyenda sobre este puente, el puente Milvio o Mollo, como lo llamaba Belli.
-¿Qué pasa?, ¿ahora te haces la culta?
-¡Soy culta! Sobre muy pocas cosas, pero lo soy. Como por ejemplo ésta, ¿quieres escuchar la leyenda o no?
-Antes quiero un beso.
-Vamos, escucha... Es una historia preciosa.
Gin se vuelve y resopla. La abrazo por la espalda. Nos apoyamos en el pertil y miramos a la lejanía. Algo más allá hay otro puente, el de corso Francia. Me pierdo con la mirada. Y ningún recuerdo altera este momento. ¿Incluso los fantasmas del pasado saben respetar determinados momentos? Parece ser que sí. Gin se deja besar. Debajo de nosotros, el Tíber, oscuro y lóbrego, discurre silencioso. Se oye el lento chaparrear del río en los diques. Su curso se rompe de repente alrededor de las columnas del puente. El agua gorjea se levanta, rebulle, barbota. Después, inmediatamente después, se une otra vez y sigue en silencio su carrera hacia el mar.
-¿Me la cuentas o no?
-Ésta es la tercera farola que da al otro punte... ¿Ves eso de ahí?
-Sí... Me parece que alguien se ha equivocado atando la motocicleta...
-Pero ¿qué dices, tonto? Es el "candado de los enamorados". Se engancha un candado en esta cadena, se cierra y se arroja la llave al Tíber.
-¿Y después?
-Ya nunca te separas.
-Pero ¿quién inventará estas historias?
-No lo sé. Ésta existe desde siempre, la refiere incluso Trilussa.
-Te burlas de mi porque no lo sé.
-Es verdad... Lo que ocurre es que tienes miedo de poner un candado.
-Yo no tengo miedo.
-Eso es de un libro de Ammaniti.
-O de una película de Salvatores, según se mire.
-De todos modos, tienes miedo.
-Ya te he dicho que no.
-Claro que sí, y te burlas porque no tenemos un candado.
-Quédate aquí, no te muevas.
Vuelvo al cabo de un minuto con el candado en la mano.
-¿Y eso de dónde lo has sacado?
-Mi hermano. Lleva un candado con una cadena para bloquear el volante.
-Claro, no se le puede ocurrir que sea su hermano el que le mangue el coche.
-Tú eres tan responsable como yo. Además, aún me debes veinte euros.
-Tacaño.
-¡Ladrona!
-Pero ¿qué dices? ¿Qué quieres?, ¿el dinero del candado? Si quieres, al final pasamos cuentas...
-Entonces me deberás demasiado.
-De acuerdo, basta, dejémolo ahí. Entonces, ¿vas a hacerlo o no?
-Claro que sí.
Pongo el candado el la cadena, lo cierro y saco la llave. La mantengo un momento entre los dedos mientras miro a Gin. Ella me mira. Me desafía, me sonríe y levanta una ceja.
-¿Y ahora?
Cojo la llave entre el índice y el pulgar. La dejo colgar un poco más, suspendida en el vacío, indecisa. Después, de pronto, la suelto. Y vuela hacia abajo, patas arriba en el aire, y se pierde entre las aguas del Tíber.
-Lo has hecho de verdad...
Gin me mira con aspecto extraño, soñador, incluso un poco emocionada.
-Ya te lo he dicho. No tengo miedo.
Me salta encima, a horcajadas, me abraza, me besa, grita de alegría, está eufórica, está... Está preciosa.
-Eh, eres demasiado feliz. ¿Acaso funciona de verdad esta leyenda?
-¡Tonto!
Y echa a correr, gritando en el puente. Se cruza con un grupo de hombres. Tira el abrigo del más serio, lo hace girar sobre sí mismo y casi lo obliga a bailar con ella. Luego se marcha corriendo otra vez, mientras los demás se ríen. Empujan bromeando al tipo, que se ha enfadado y quiere reñirla. Paso cerca del grupo y me encojo de hombros. Todos comparten la felicidad de Gin. Incluso el tipo serio al final me sonríe. Sí, es verdad, es tan guapa que todo el mundo, al verla, no puede evitar sonreir.

1 comentario:

Kurisu-chan dijo...

Simplemente...impresionante.

No sé cómo haces para escribir tan bien^^

Mani, Manii, Manii...te apetece una jornada de compras, dulces y confidencias este puentee? *O*