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viernes, 5 de junio de 2009

Lorena.

Lorena guardaba cierta similitud con Carlota, y no era solo que ambas terminasen por "a" o que tuviesen pasión (desenfrenada) por el color rojo, sino que ambas eran unas niñas encerradas en el cuerpo de una mujer.
Le gustaba escribir historias de amor semi-prohibidas (por no decir prohibidas del todo) al son de algún soul mientras le pedía a su peluche favorito que la acompañase en aquél vals celestial.
También quería sonreír, pero de verdad, de verdad de la buena; quería estirar sus labios hasta las orejas sin sentir dolor, no quería seguir llorando como un pobre arlequín.
Lorena te contaba sus aventuras bajito a la par que removía el café (con mucho azúcar para quitarle el sabor amargo al olvido) con mimo, cuidando la taza de porcelana china favorita de su madre. En cada palabra que pronunciaba había escondido algún secreto secretoso que te hacía pensar quién era. Sacaba una foto tras otra a las cosas que le gustaban (como Madrid, como tú, como... él) para que pudieses comprobar como, con el paso del tiempo, su corazón dejaba de necesitar las tiritas de colores que se tuvo que poner por el golpe de las olas un día de playa. Le gustaba observar serendipias en la oscuridad que pudiesen tocarle la guitarra muy flojito para dormirse.


Lorena se rompía los vaqueros y se subía a los tacones cada vez que tenía que enfrentarse a su vida, pero nunca se dio cuenta de que mi mano iba cogida de la suya en cualquier momento; por si acaso a algún despiadado tacón le daba por hacer perrerías y tentaba a caerse sobre la Puerta de Alcalá.
Hacía magia con solo chasquear sus dedos cuando cerrabas los ojos, por que, al abrirlos, tenías una nueva historieta, conversación, relato o vida que aprender. Intentaba enseñarnos algo que jamás conseguimos aprender; ahora, muchos años después, ciento de días más tarde, horas y horas atrasadas, me di cuenta de que era la ilusión de luchar por un sueño.


Lorena cogía su portátil y no lo soltaba en las madrugadas en las que los recuerdos llaman a la puerta para querer entrar, pero por más que les gritas "¡¡NO!!" entran. Tecleaba más rápido que los relámpagos en las tormentas con sus uñas rojo amor mientras miraba por la ventana si llovía de verdad o no.
Intentaba hacerme tartas de nata (que me encantaban) mientras cantaba canciones de La Fuga, o de Despistaos al son de la batidora. Se creía mala cocinera, pero, en realidad, me preparaba las mejores caricias que he probado nunca.
Lorena era una princesa en busca de un caballero de armadura brillante, aunque a veces se oxidase. Soñaba ser la gran Audrey Hepburn en su película favorita, Desayuno con diamantes (realmente, ella fue la causa de que yo terminase amando aquella filmografía) mientras le gritaba a George Peppard que se tardaban exactamente cuatro segundos de aquí a la puerta pero ella le daba, únicayexclusivamente, dos.
Nunca me contó que seguía acordándose de Ocho y de Nana, pero lo descubrí por casualidad un miércoles de luna nueva releyendo sus relatos. Me gustaba recordar pequeñas escenas, como en las que había algo ofensivo contra Nana y Hachi lo cambiaba por un: Nana Love (Este Love me trae recuerdos demasiado profundos como para plasmarlos aquí.)

Lorena se había hecho grande y mamá no se daba cuenta cuando le hacía lasaña en los días rojos, para a ver si en vez de rojos, se tornaban un poco más hacia negros, para no tener miedo. Ella escribía cariño con "k" (kariñokariñokariño, no suena tan mal, la verdad) cuando se sentía angustiaba, y deseaba que llegase la hora de la colada para ir corriendo a la lavandería para cruzarse contigo y que el tambor de la secadora retumbase con cada caricia.
Un día, al salir de su casa corriendo para coger ese horrible autobús de camino a la universidad, me vio parada en la marquesina, intentando encontrar algo que busqué en vano. Me acompañó a un barco de piratas en busca de ron y aventura, para terminar derritiéndome en la puerta de una casa contigo.
Lorena disfrutaba cada momento porque nunca sabía cuál podía ser el último (o el primero, viéndolo de otra manera); recibía miles de visitas y miles de mails a sus direcciones de internet porque realmente era importante para mucha gente, aunque no lo creyese. Se había colado en nuestras vidas para cambiarlas totalmente.
Ahora, no me queda más que darle. He exprimido mis ganas y todo mi esfuerzo para llegar hasta un final, hasta ser capaz de sacarle la lengua al olvido y ser capaz de sonreír en otra historia (y también de llorar muchísimo, no todo es maravilloso "morena mía"). He dejado olvidada a la chica esmeralda por la de la capucha y he sido capaz de ver la vida de otra manera.
La reservo un abrazo, y un libro que firmar.


Totalmente dedicado a la persona que me animó a abrir un blog hace un año.
Gracias.

1 comentario:

Nayara dijo...

Tengo que confesar que tus relatos de Lorena y Carlota me dejan chafadísima y muy confusa, pero tienen algo mágico que no deja indiferente.
Te quiero mucho diva!