Los días en los que Carlota (o yo misma) se sentía desfallecer, abría aquél pequeño tarro regalo por Julia, nuestra caperucita azul favorita, y sacaba uno, o dos, o tres... o todos los besos que había allí.
Sin saber cómo, cada mañana, después de la llorera de por la noche acompañada de nubes de algodón, aparecían un millón y medio (los días de fiesta más de un trillón) de besos más para que a Carlota nunca le faltaran. Una vez me contó mamá que Julia enviaba a pequeñas hadas a colocarlos cada madrugada cuando la luna quería irse a dormir con la noche; todavía nos recuerdo a la pequeña niña de cordones amarillos y a mi dormidas en el marco de la puerta de la cocina intentando ver a alguna de esas criaturas y atrapar los besos que sobraban.
Aquellos besos sabían a una mezcla de tequila y azúcar que los volvía más adictivos que el Lobo para Caperucita, se me antojaban las noches de estrellas pequeñas con leche y galletas. Muchas veces traté de fabricarlos yo sola, o con ayuda de Lorena, pero no me salían como los que Julia nos regalaba cada madrugada. Cuando le pregunté por qué mis besos no sabían a la mezcla de tequila y azúcar, sino a mermelada de frambuesa y a vodka rojo, me dijo que era porque los besos de cada uno saben diferentes, saben a la esencia del corazón en pequeñas dosis.
Recuerdo que los de Carlota sabían a Bourbon y sandía, y los Lorena, a Ballentines y a hierba buena.
Me pregunto a qué sabrían los de Cristina.
Sin saber cómo, cada mañana, después de la llorera de por la noche acompañada de nubes de algodón, aparecían un millón y medio (los días de fiesta más de un trillón) de besos más para que a Carlota nunca le faltaran. Una vez me contó mamá que Julia enviaba a pequeñas hadas a colocarlos cada madrugada cuando la luna quería irse a dormir con la noche; todavía nos recuerdo a la pequeña niña de cordones amarillos y a mi dormidas en el marco de la puerta de la cocina intentando ver a alguna de esas criaturas y atrapar los besos que sobraban.
Aquellos besos sabían a una mezcla de tequila y azúcar que los volvía más adictivos que el Lobo para Caperucita, se me antojaban las noches de estrellas pequeñas con leche y galletas. Muchas veces traté de fabricarlos yo sola, o con ayuda de Lorena, pero no me salían como los que Julia nos regalaba cada madrugada. Cuando le pregunté por qué mis besos no sabían a la mezcla de tequila y azúcar, sino a mermelada de frambuesa y a vodka rojo, me dijo que era porque los besos de cada uno saben diferentes, saben a la esencia del corazón en pequeñas dosis.
Recuerdo que los de Carlota sabían a Bourbon y sandía, y los Lorena, a Ballentines y a hierba buena.
Me pregunto a qué sabrían los de Cristina.
Hoy te regalo un beso del tarro de cristal con el sabor que quieras :)
7 comentarios:
Elijo los tuyos, siempre los tuyos...Los que me hacen sonreír y los que me contentan todos los días.
Ay Vir...cuánto te echo de menos...
Me quedo con el bote de cristal lleno de besos y supongo que los iré repartiendo lentamente, porque sino se me acabarán pronto....
Te quiero
"me dijo que era porque los besos de cada uno saben diferentes, saben a la esencia del corazón en pequeñas dosis."
Yo estoy pensando haber si alguien me regala un tarro de besos, y cuando esté triste abrirlo para coger los que me hagan falta:)
y nos pondríamos las botas, como winnie the pooh con la miel!! jejeje
"me dijo que era porque los besos de cada uno saben diferentes, saben a la esencia del corazón en pequeñas dosis."
Me ha encantado esa frase.
A mi me gustaría saber a que saben mis besos...
Besos.
He vuelto a las andadas por estos mundos, queridísima Vir... te echo de menos... ♥
El tuyo con sabor a vainilla y al olor de la llubia,
Gracias por que personas como tu me dan besos para no estar tan tristE:)
♥
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