Ilusiones, fantasmas entre los hilos de una marioneta.

Mira tus ojos, esos ojos felinos de los que me había enamorado.

Tú estabas nerviosa por cómo acariciaba tu cuerpo, por cómo te besaba, por cómo me acercaba a ti. Sonreí maliciosamente.

-Te amo.-Murmuraste antes de que yo te besase.

Te derretías con cualquier movimiento que hacía.

Tu cuerpo era veneno, droga. Cada día, hora, minuto, segundo, necesito de ti, de tu calor, de tus besos, de tus suspiros.

Miro tus mejillas, azoradas por mi culpa y las beso.

Estás sentada en la cama, con el pelo revuelto, mirándome.

Mauyas. Sonrío. Sonríes. Te beso. Me besas.

Me pego a ti lo máximo que puedo, bebiendo de ese beso tan profundo, de los que nunca terminan.

Te separas y sollozas, temerosa. No sabes cuáles serán mis pasos y te da miedo que me vuelva a marchar.

Sonrío y te acaricio el pelo. Bajo la mano por tu mejilla, por tu cuello, por tus hombros y la dejo caer hasta tus pantorrillas. Allí pongo la tuya encima, comprobándo la enorme diferencia de tamaño.

-Dime la verdad...-Susurras.

-¿Qué verdad?-Pregunté.

-La última vez dijiste que no me querías...-

-Y no te mentí, no te quiero.-

Me miraste desilusionada, pensando que eras solo un juguete para mi. Pero antes de que comenzases a llorar te besé, poniendo el alma en ello, diciéndote qué sentía.

Cuando el beso terminó me miraste, con esa mirada triste que detestaba. Bueno, detestar no era la palabra porque a ti nunca podría detestarte.

-No te quiero y lo sabes.-

Te tapé tus labios de muñeca, con el carmín corrido, con un solo dedo. Tenías cara de niña inocente, de esas que quieren guardar un secreto y verlo atentamente para no perderse ni un solo momento, ni un solo detalle.

-Te amo, y deberías saberlo.-

Me miraste con esos ojitos brillantes que se te ponían cuando alguien te miraba, recibías un regalo o, simplemente, estabas feliz. Me besaste, te lanzaste a mis brazos temblorosa.Me giré y te puse delante de mi, besándote el cuello y sonreí.

-Sé mia... Para siempre.-